Tras 16 horas de viaje en colectivo desde Rosario, mi ciudad de origen, llego por fin a Mercedes, Corrientes. El viaje no termina ahí, luego pasa una combi que nos lleva hasta la Colonia Carlos Pellegrini, el lugar más próximo a los Esteros del Iberá. Son casi 4 horas más de trayecto por camino de ripio Mientras espero en la estación de Mercedes, hago un alto para poder tomar un café con leche y comer algo. Me empieza a bajar el cansancio y las 16 horas de colectivo que traigo a cuestas.Siento el aire espeso y húmedo de Corrientes en la cara. Esa masa nebulosa invita a que todo transcurra en cámara lenta.Los lugareños que están sentados, solo hay hombres, están vestidos con trajes típicos: camisa toda abrochada y un cierre de plata en el último botón, alpargatas, pantalón tipo bombacha y el infaltable sombrero.Fantaseo que estoy en esas películas de cowboys pero el hijo del dueño del bar me saca de mi ostracismo al apoyar una taza gigante de café. Lo tomo como si fuese la última infusión de mi vida.Las paredes del bar están pintadas de un color ladrillo, opaco, las cortinas rojas y amarillas que hacen juego con los manteles. En las esquinas hay ventiladores para espantar a las moscas y traer algo de fresco. El objetivo no se logra del todo.En otra de las puntas del bar, en la parte superior derecha, un televisor de esos viejos está apoyado en una base de madera. Está prendido pero no hay imagen ni tampoco sonido.Entra una pareja de gente mayor y un chico con una computadora portátil se sienta, quizás, a describir esto mismo. De fondo, un Chamamé, música típica de la zona, que suena desde otro negocio, se cuela en nuestra jornada y nos recuerda donde estamos.Una hora después, llega la combi. Los que la estábamos esperando ya teníamos caras largas, cansadas y calor, mucho calor.
Dejo Mercedes y voy rumbo a la Colonia Carlos Pellegrini. El asfalto trasmuta, pasa de un gris duro del cemento a un rojo penetrante, de la tierra. La misma, invade las ruedas de todos los vehículos. Casicomo si fuese un bautismo con la naturaleza que te marca cuando accedés a su territorio.La combi de ida la comparto con extranjeros. Ninguno sociabiliza mucho y miran todo con un asombro infantil. El chofer no sabe inglés así que intentan comunicarse lo mínimo e indispensable.Los Esteros del Iberá siempre ejercieron una fascinación inexplicable en mí. Casi no tenía información y aunque estén en mi país, parece uno de esos destinos lejanos y exóticos.De 10 amigos a los que les conté, 9 me dijeron desconocer a dónde iba. “¡Estás loca!”, “¿a qué vas ahí?”, “¿dónde queda?”. Eran las respuestas más frecuentes.Lo positivo es que desoí todas esas voces y fui por el amigo número 10 que ya había ido y reafirmó mi intuición: “a vos te va a encantar”. Fue la excusa necesaria para que me anime a descubrir qué escondían Los Esteros, por qué sentía que tenía que visitarlos.
Hace 21 horas que estoy en tránsito, sin embargo, ya no siento el cansancio. El paisaje anestesia todos los sentidos. Quedo maravillada por los animales y la vegetación que van apareciendo por mi ventanilla. Adelante, unos carpinchos van en manada al costado de la ruta. Ya están tan acostumbrados a la convivencia con personas que siguen su rutina habitual, aún con espectadores.Una vez en destino, me reciben Estrella y José, son marido y mujer y tienen dos hijos, Marco y Joaquín.
José nació en un pequeño poblado al lado de la Colonia Carlos Pellegrini. De chico soñaba con convertirse en un gran hombre y hacer crecer su tierra. Trabajó duro e incansablemente para lograrlo. Hoy puede ver concretado su anhelo, que también es, en parte, el deseo de tantos coterráneos que lo precedieron: Ecoposada, Reserva Cambá Trapo y EcoTaller, son tres proyectos que apuntan al turismo sustentable, conservación y educación ambiental.Estrella, nació en San Juan y estudió turismo en Buenos Aires. Ya recibida, fue con su novio a conocer los Esteros. Volvió en varias oportunidades, con diferentes personas. Vivió en África, allí reafirmó su voluntad de cuidado con el planeta.
En un lugar donde todo finaliza, el cementerio, Estrella y José se conocieron e iniciaron un nuevo camino, juntos.
Pasaron muchísimas circunstancias de las que salieron fortalecidos y volcaron toda su esencia en llenar de dignidad a un pueblo y ecosistema olvidados o destinados a la explotación mal intencionada.
Estrella y José son personas que trasmiten su calidez, sencillez y pasión.
José es uno de mis guías durante la estadía. Me lleva a recorrer el pueblo y señalando a una señora de edad avanzada que está tomando mates en su terreno, me dice: “mirá qué stress, que tiene”. Me cuenta que su única preocupación es saber qué come ese día. Tiene animales, una huerta y una casa de barro. No necesita nada más para sentirse bien, para ver la vida pasar desde su lugar.
Seguimos recorriendo e indica con su dedo la casa de una chica que ahora tiene dos trabajos, pudo poner materiales a su hogar pero no los disfruta. Está todo el día afuera para poder pagar eso.Otro paso obligado es el cementerio de la Colonia, que es toda una representación y simbología del lugar. Las tumbas están construidas de materiales, todos aquellos que no les pusieron a sus casas en vida. También poseen azulejos de colores, cada uno representa el partido político al que perteneció la persona en vida. De hecho, hay tumbas juntas, de matrimonios, con distintos colores. La rutina acontece, no se fuerza. Comés cuando tenés hambre, dormís cuando asalta el sueño.Las actividades diarias van desde cabalgata, kayakismo, paseo en lancha, treikking. La sorpresa estuvo dada por los festejos con motivo del aniversario de la Colonia. Todo el mundo se acerca a la plaza para celebrar con buenas bebidas y las mejores bandas de chamamé. Un despliegue de habilidades de baile y tradiciones.En la Colonia, el tiempo no transcurre lento, directamente se detiene. No hay señal de celular, ni luz en las calles. Pocos lugares cuentan con wi fi y apenas algunas posadas tienen antena de televisión. Se vive intensamente el tiempo presente.
Todo se acopla al ritmo de la naturaleza y para que la oigas en su máxima expresión, en una de las excursiones nocturnas te piden que apagues la linterna y agudices los sentidos. Se corta la luz y empieza el verdadero show: las luciérnagas iluminan el paisaje, los animales se ven a pocos metros porque la oscuridad los protege de algunos peligros. Se visibilizan algunos ojitos de arañas o yacarés a ladistancia y se escuchan los pasos de los carpinchos que vienen a curiosear. Iberá quiere decir, en lengua guaraní, aguas brillantes y no es casual que allí, todo reluzca. Este ritual hace que el corazón empiece a latir más rápido ante lo inusual, lo poco explorado.El silencio es tan grande que abraza, te invita a escuchar tus propias pulsaciones, a escuchar la música que sale de tu interior.
El ritmo de la sangre bombeando se sincroniza con la tierra colorada, con los ciclos naturales, con el sonido de los grillos pero para eso, es necesario parar en el camino, apagar las luces, detener el tiempo y escuchar. En ese momento entendí, por qué tenía que conocer ese lugar.
GRACIAS GEORGINA PALADINO.Por compartirnos tu hermosa experiencia y crónica de viaje!!!